Seria por los alrededores del mes de junio del año 1986, cuando el Monseñor Jaume Gozález Agápito, mataronés i por aquel entonces Rector de la Parroquia de Sant Andreu de Llavaneres, propuso a una representación de los Armats y en el transcurso de una comida en la vicaría de la Parroquia, que los Armats pudiesen acompañarlos en su visita prevista para septiembre a la Ciudad Eterna con motivo de la celebración del milenario de la Parroquia. Se apuntó además el hecho de que había muchas posibilidades de poder desfilar en la Plaza de Sant Pedro del Vaticano.
Fue una idea y una propuesta que la junta de los Armats recibió, seguramente, con cara de incredulidad, pero, como acostumbra a suceder con estas propuestas, el hecho de encontrarse con un desafío de estas dimensiones provocó una de esas reacciones repentinas. Dicho y hecho, el equipo directivo empezó a poner hilo a la aguja encarando una salida bastante complicada, que todavía dejaba algunos interrogantes abiertos.
En primer lugar, la posible respuesta de los propios integrantes al hecho de salir de la ciudad para hacer un desfile y, además, fuera del tiempo de Semana Santa. En segundo lugar, el hecho de ir tan lejos planteaba dos, o más, problemas importantes. Por un lado, como hacer el viaje, y por el otro se presentaban los problemas logísticos de traer todo el material del desfile. ¿Qué cara pondrían en las aduanas al ver toda una serie de lanzas, escudos y corazas de metal en un maletero?
Quizás por la circunstancia de que sería la primera vez en salir a desfilar fuera del país, de que sería la primera agrupación de Armats en hacer este viaje o por lo que fuese, lo que a veces no se puede organizar ni en todo un año, se hizo en tres meses.
Un problema importante fue la falta de personal para poder hacer una formación digna y representativa. Algunos Armats en activo no se apuntaron al proyecto. Al tratarse de un día laborable, no podían dejar sus obligaciones y otros no consideraron que la propuesta fuera lo suficientemente atractiva y declinaron participar. Esto dejaba algunas vacantes en la formación y había que buscar nuevos efectivos.
El año 1986 todavía existía la colaboración entre los Armats y la Sala Cabanyes en la organización del Misterio de la Pasión. Esto permitió que mucha gente ajena a la entidad tuviera conocimiento de este viaje y decidiera participar como peregrinos. Algunos de los acompañantes, pues, cubrieron las vacantes y se pudo contar con una formación bastante representativa de 40 Armats, con el problema añadido de que haría falta que los nuevos pudieran aprender tanto el paso de desfile como las evoluciones que se pudieran hacer. Por suerte todo se resolvió muy bien gracias a la buena predisposición y al interés de todos.
El año 1986 todavía existía la colaboración entre los Armats y la Sala Cabanyes en la organización del Misterio de la Pasión. Esto permitió que mucha gente ajena a la entidad tuviera conocimiento de este viaje y decidiera participar como peregrinos. Algunos de los acompañantes, pues, cubrieron las vacantes y se pudo contar con una formación bastante representativa de 40 Armats, con el problema añadido de que haría falta que los nuevos pudieran aprender tanto el paso de desfile como las evoluciones que se pudieran hacer. Por suerte todo se resolvió muy bien gracias a la buena predisposición y al interés de todos.
Superadas las trabas puramente organizativas y con toda la gente dispuesta para el viaje, llega el día de la salida, el lunes 22 de septiembre del 1986, a la Plaza dels Bous de nuestra ciudad, donde dos autocares de la empresa Casas nos esperaban. Alrededor de las 10 de la noche, la plaza hervía con la actividad frenética de cargar las maletas en los maleteros; junto con las cajas de cartón, las lanzas, los estandartes y los tambores; y los familiares que venían a despedirnos. Hay que remarcar que las corazas, los escudos, los cascos y los manguitos, iban dentro de cajas de cartón, de forma que cada Armat sabía que en una caja numerada tenía todo su equipo. A las 10 y media de la noche y con toda la ilusión del mundo empezó el viaje.
Nos esperaban, aproximadamente, unas veintidós horas de viaje, o sea, toda la noche del lunes y el martes casi entero. En medio, toda una noche intentando dormir (hay que recordar que hablamos de autocares de hace 25 años) y todo un día de viaje que parecía que no se acabaría nunca. Las piernas no sabíamos si eran las del vecino o bien las nuestras.
Un autocar donde todavía se podía fumar. Con aire acondicionado. Que incorporaba vídeo (Beta), y donde nos pasaron “Ben-Hur” (dos veces), “Las Sandalias del Pescador” (dos veces, también) y “Los Diez Mandamientos” (quizás sólo una vez). En todo caso, tanto da si fue una o dos veces la película. La cuestión era pasar el tiempo como fuera. Hablando con los compañeros, mirando por la ventana o cantando canciones que Marta Romagosa conducía.
Por fin llegamos, aproximadamente a las ocho de la tarde del martes 23, a la residencia Fraterna Domus, a unos 30 km de la ciudad de Roma. A continuación, la descarga de equipajes, la distribución de las habitaciones y la cena para todos. Pero lo más importante en aquellos momentos, era localizar a Monseñor Jaume, para que nos dijera si teníamos el permiso para poder desfilar el día siguiente por la Plaza de San Pedro. El grupo de la parroquia de Sant Andreu de Llavaneres ya hacía días que estaban en Roma, puesto que su viaje empezó días antes e hicieron más jornadas de estancia en la ciudad, visitando este museo permanente que es la ciudad de Roma. Después de cenar, pues, una visita relámpago en la ciudad para que pudiéramos visitar algunos lugares de la misma, entre ellos la Fontana de Trevi de noche.
Mientras la mayoría del grupo hacía esta visita, el entonces presidente y Capitán Manaia, Sr. Xavier Peláez, y Albert Miquel, Jordi Llinàs y Amadeu Llinàs, todos integrantes de la Junta Directiva, cogieron un taxi para que los llevara a la dirección donde podrían encontrar a Mn. Jaume. Si hubieran tenido un móvil, ¡lo que se habrían ahorrado! El taxista, haciendo honor a la fama, merecida, de conducción tan peculiar que tienen los italianos, se pasó semáforos en rojo, calles en dirección contraria, subió y bajó las aceras y, no podía ser menos, abucheó a otros conductores. Llegaron a destino y Mn. Jaume, al ver la cara de angustia que mostraban, los dice: “Tranquilos, que mañana desfiláis por la Plaza de Sant Pedro”. No sabemos si la cara de angustia era por el permiso o por el viaje en taxi.
Una vez finalizada la visita nocturna, retorno a la residencia para dormir, por fin, en una cama.
(Continuará)
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